Hace ya muchos, muchos años...en un lugar muy lejano...
Ocurrió que un peregrino se dispuso a descansar a la sombra de un frondoso árbol. Había sido una larga jornada de varios kilómetros bajo el sol abrasador y pensó que estaría bien reponer fuerzas antes de llegar al próximo pueblo, en el que pasaría la noche. Saboreando la sencilla y escasa merienda como si de un manjar se tratase y disfrutando del maravilloso paisaje que tenía ante sí, no pudo evitar fijarse en aquellos tres hombres que trabajaban cerca del camino, unos metros más adelante.
-“Qué trabajo tan duro…”- pensó-, mientras les observaba golpeando incansablemente aquellas enormes piedras.
Tras varios minutos de admirar el esfuerzo con el que aquellos trabajadores realizaban su tarea se dio cuenta de que, a pesar de estar haciendo lo mismo, su actitud era sin duda muy diferente, así que, ya que el camino pasaba muy cerca de ellos y desde esa mañana no había encontrado a nadie con quien hablar, decidió acercarse y buscar algo de conversación:
-“Buenas tardes, estoy de paso por aquí y al pararme un rato he visto que está usted trabajando; ¿qué está haciendo?”
Con el gesto serio y mientras golpeaba con el martillo contestó bruscamente:
-“¿Qué pregunta es esa?¿Es que no lo ve? Me gano la vida picando piedras. No me haga perder el tiempo.”
Así que continuó y unos metros más adelante se paró frente al segundo hombre que silbaba una canción mientras golpeaba una y otra vez con su martillo y su cincel:
-“Buenas tardes, pasaba por aquí y llevo un rato viéndole trabajar. ¿Qué está haciendo?”
El segundo trabajador soltó sus herramientas, empezó a acariciar la piedra y sonriendo contestó: “Estoy tallando esta hermosa piedra lo mejor que sé”
Y el peregrino siguió adelante hasta que estuvo cerca del tercer hombre, que tarareaba alegremente mientras golpeaba una enorme piedra, al igual que los otros dos, con un martillo y un cincel.
-“Buenas tardes, les he visto hacer su trabajo y me llama la atención lo contento que parece, ¿Qué está haciendo?
El hombre soltó sus herramientas, le miró a los ojos emocionado y contestó:
-“¡Pues claro que estoy contento!¡Estoy construyendo una catedral!”
Cualquier pequeño detalle de nuestra vida puede quedarse en eso, en algo pequeño y aislado, sin valor, o podemos darle un sentido y utilizarlo para construir algo mucho más grande.
Yo elijo convertir mis piedras en catedrales.
¿Qué quieres hacer tú?